Miré el reloj por tercera vez ese día. Eran las 1:35, así que técnicamente ya era mi cumpleaños. “Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, me deseo yo misma, que los cumplas feliz”. La canción inefable resonaba en mi cabeza como si realmente la hubiera cantado en vez de pensarla.
Me sonreí por un momento. Después de todo, no se cumplen dieciocho años todos los días. Me levanté muy a desgano para hacerme un café, idea equivocada si lo que pretendía era dormir. No quería eso de todas formas, lo único que deseaba era apartar mi cabeza de las pesadillas que tenía últimamente. En ellas siempre había monstruos de una belleza cegadora, tan hermosos que resultaba doloroso el sólo mirarlos. Conocía demasiado bien a uno de ellos como para no reconocerlo. Lanzer me miraba desde el seno de mis propios sueños, sonriéndome con esa sonrisa única, que me dejaba sin aliento cada vez que la esbozaba… Mi cabeza se dio vuelta sólo de pensar en cuán poco faltaba para verlo otra vez, aún con todos los riesgos que eso implicaba. Él ya me lo había advertido, y mi corazón estaba decidido a seguir amándolo a pesar de que el fuera diferente a mí. Lo malo del asunto era que mi mente y mi cuerpo se negaban a dejar de temer, y eso se reflejaba en mis constantes pesadillas.
Miré por la ventana admirando como se veía el mundo a esa hora de la noche. Estaba obviamente oscuro, y solitario. Nadie caminaba por la acera, hacía mucho frío de hecho. El cielo estaba estrellado y límpido, pero la luna nueva impedía que se advirtieran muchos detalles del paisaje. Se sentía un silencio expectante, que asocié tal vez a la llegada de mi amado, que me había prometido sellar nuestro amor en cuanto cumpliera mis dieciocho.
En el momento que menos me esperaba, una ráfaga de aire sacudió mi cabello, y entró por el ventanal el ser más perfecto que jamás haya pisado este mundo. Lanzer estaba ahí parado, con el oscuro pelo desordenado por el viento, que le caía sobre la cara color marfil, haciendo un perfecto contraste.
Lo contemplé maravillada, jamás me acostumbraría a ver gente tan bella tan cerca de mí. El me sonrió como todo comentario, mostrando qué pálida imagen dan de él mis sueños (o pesadillas).
Se acercó, me besó... y sus labios ardieron como fuego. Sentí su dulce aliento dentro de mí, y una especie de descarga eléctrica fluyó por mi cuerpo. Había logrado en los últimos tiempos acostumbrarme a los escalofríos que me producía su helada piel cuando estaba en contacto con la mía, pero esto era algo bien bien diferente...
Sus manos se deslizaron por mi cuello, recorriendo cada curva con delicadeza. Me costaba creer que alguien tan fuerte como él pudiera contenerse de tal forma sólo para estar conmigo... una vulgar y común humana. No me contuve más y pronto estaba acariciando su espalda y su pecho perfectos, deleitándome en él, disfrutando como nos abrazábamos y besábamos desafiando lo imposible, lo contra natura...
Fue entonces cuando supe que era demasiado perfecto para ser real. Y supe también que no debía hacerlo, que no había necesidad, que no debía forzar la situación. Y aún así lo hice, sin importar lo que me pasara después. Tenía muy poco para perder, y nada para ganar. Sólo me percataba claramente de su presencia, imponente como ninguna otra, y de mis deseos de que él me poseyera. Comencé a quitarle la ropa, mientras el hacía lo propio con sus dedos ágiles. Me paralicé al verlo tan perfecto, un Adonis de mármol, un Dorian Gray sólo para mí... Él me miraba a su vez, con el deseo escrito en cada una de sus hermosas facciones de ángel... Pero comprendí que no teníamos los mismos intereses.
Su mirada quemaba tanto como sus labios, y la veía ávida de mí, de mi sangre, a la que tanto se había resistido a tomar. Mis cavilaciones duraron lo que dura un segundo. Sólo pude dedicar un último pensamiento a mis padres, que llegarían la mañana siguiente y me hallarían muerta, si tenía suerte... y también pensé en mí, en como había amado a Lanzer y como había caído en su trampa. Miré su rostro perfecto por última vez...y luego no ví nada más.
Hasta que abrí los ojos, después de lo que me pareció una eternidad. Desde mi cuello, fluía una especie de líquido caliente hacia todo mi cuerpo, recorriendo mis venas y quemándome cada átomo... Supe enseguida lo que era, pero no podía llorar, tanto era el dolor que sentía... Lo único que deseaba era morir... Y sabía que ya nunca iba a hacerlo, que ese dragón disfrazado de cordero me había condenado a la inmortalidad. En mi debilidad, comprendí que era un peligro para todos los que estuvieran en mi casa cuando fuera mi metamorfosis. Yo no quería ser como Lanzer, no quería hacer extensiva mi condena a otros.
Mi cuerpo fallaba, y sentía como si mil cuchillos candentes me acuchillaran cada centímetro de la piel, y me fueran dejando fría, más fría cada vez... Sabía que me quedaba poco tiempo, y no quería alarmar a nadie, pero aún así no pude evitar gritar con todas mis fuerzas "Ayuda! Por favor! Alguien! Quien sea!". Esas palabras fueron mi última manifestación de humanidad, de ese sentido entrañable que se llama supervivencia, amor al propio cuerpo y a la propia alma... Temí por mi alma, tuve miedo de no ser más yo, y ser en su lugar un abominable monstruo... Y mientras pensaba ésto, mi corazón repiqueteó por vez última, dejándome su débil eco resonando en los oídos.
Muchos años después...
Volví a mi pueblo natal con la certeza de que los recuerdos de hace tanto no harían mella en mí. Había pasado, de hecho, mucho tiempo. Y en ese tiempo había aprendido a controlarme, a no atacar a nadie, a no ser un monstruo. Podría decir que hasta era una persona normal, a no ser por la dieta. Me reí de ese pequeño chiste en mi fuero interno mientras caminaba la última cuadra que me separaba de la que fuera mi casa, hacía ya tantos siglos.
La encontré medio en ruinas, tal cual la había dejado Lanzer al marcharse. El canalla ni siquiera se había quedado para ayudarme en los difíciles primeros días, en que la fuerza de uno es incontrolable e inmensa y prácticamente no puede ejercer su voluntad.
Fue una forma de ver cuánto tiempo había pasado. Por mi parte, yo no podía verme más vieja, tenía dieciocho años aún, y sumado a eso, ahora mi cuerpo era de una belleza escultural. Mis sentidos habían cambiado también: podía percibir con claridad lo que sentían otras personas. Supongo que mi sentido de la sensibilidad se agudizó después de mi transformación. Era sobrehumanamente hermosa, y sin embargo esa hermosura no me hacía feliz. Sabía que era para atraer "presas" (me dio un escalofrío de sólo pensar en esos términos), es decir, para hacer exactamente lo que Lanzer había hecho conmigo...
Abrí la puerta de la verja y entré. Todo estaba destruido dentro de la casa, afortunadamente. Aún así, me di cuenta lo vívidos y latentes que estaban los recuerdos que yo creía muertos hace tanto tiempo atrás. Recordé su perfume, su perfección, y finalmente, el dolor...
Salí corriendo de allí, en el sentido literal de las palabras. No respiré tranquila hasta que mi mente se liberó de la tortura que suponía acordarme de toda mi vida pasada. Ya nada podía hacer. Lo pasado, pisado. Trataría de enmendar con mi propia conducta lo que alguien había destinado para mí.
Me dirigí al departamento que había alquilado por teléfono. Estaba vacío y, de todas formas, no necesitaba muebles, me podía pasar sin ellos tranquilamente. Aunque,considerándolo mejor, tal vez debiera equiparlo por las dudas, por si tenía eventualmente visitas que no comprendieran la inexplicable ausencia de camas en un departamento de una estudiante de secundaria. Deambulé por los ambientes, y lo sentí absolutamente cómodo. Podía imaginarme viviendo ahí, pasando largas horas en soledad, viviendo el ocio.
Fue reconfortante sentirme lejos por fin de mi casa. En cierta forma era donde había sido más feliz, pero también fue donde mi destino cambió para siempre. La persona que hoy retornaba al pueblo era una persona completamente diferente a la que se fue, siendo una neófita aún, a buscarse un nuevo lugar donde vivir tan sólo para no lastimar a sus padres. Ciertamente, partir apenas terminada mi conversión había sido durísimo, ya que estaba sedienta, y mis instintos estaban a flor de piel. Gracias a Dios, mis padres no se enteraron siquiera de lo cerca que estuvieron de morir asesinados por mi propia mano, y les ahorré el dolor de saber en qué me había convertido. Me dolió mucho saber que sentían, su dolor me desgarraba la piel, y muchas veces deseé volver a su lado, pedirles que me acunen y reciban otra vez, no pensar... Pero estaba escrito que no debía ser así.
Los tiempos que siguieron a esa etapa fueron oscuros y difíciles. Cuando ya no pude soportar más la sed, me uní a un grupo de vampiros, los que me enseñaron algunas cosas que me fueron útiles para no desviarme de mi propósito. Ví la diferencia que había entre ellos y yo, y era que ellos despreciaban a los humanos, tratándolos como ganado, al que sólo mantenían vivo para alimentarse... Y comprendí que no quería ser así. Ellos me llevaron a Italia, a Volterra, donde la "realeza" me recibió en su corte real. Esos seres, si es que merecen ser llamados así, estaban fascinados con mis dones, pero no entendían mi forma de vida, se negaban a comprender que era diferente a ellos, bah, que quería ser diferente a ellos. Al cabo de un tiempo largo, me dejaron ir. Para ese entonces, mis lazos con mis antiguos amigos estaban más fuertes, ellos eran como mis padres ahora. Atípicos, pero padres al fin. Después de todo, si no me habían matado otros vampiros era gracias a ellos. Así fue que dejé de ser Vulturi y me lancé a vivir la vida, separada al fin de esos demonios.
Vagué indefinidamente por otro largo período de tiempo, por muchos lugares ignotos cuyo nombre no recuerdo, hasta que empecé a sentirme sola. Creo que somos seres sociales por naturaleza, como los humanos, es algo que nos traemos arraigado de nuestra vida anterior. Así fue que empezé a anhelar la compañía de otra persona, con quien compartir lo que me pasaba, que me ayudara y me consolara cuando estuviera triste o enojada, estados de ánimo a los que me estaba habituando últimamente. Pero convivir con vampiros no había funcionado (no pisaría Volterra nunca más otra vez en mi vida, en sentido figurado obviamente), tenía que intentar algo nuevo: interactuar con humanos. Era la prueba más dura a la que me sometería desde la decisión de abandonar mi casa materna, ya que implicaba probar en la vida real lo que tanto profesaba, es decir, no dañar humanos para alimentarme.
Probé primero en lugares donde hubiera abundancia de animales, y tuviera lejanía con las personas, en lo posible. Éstas rústicas personas se asombraban de mi belleza, y sin embargo, se alejaban de mí. Me veían, con justa razón, diferente... Luego decicí probarme a mí misma en una ciudad, y al no encontrar obstáculos a mi voluntad, me consideré preparada para la prueba máxima, sumarme como miembro a una sociedad, es decir, estudiar otra vez (ya que había tenido mucho tiempo libre que aprovechaba para estudiar o leer) y vivir como una adolescente normal, a pesar de que habían pasado muchísimos años desde que realmente viví eso. Sentía que me debía ese tiempo, y unos "mínimos" problemas no iban a impedirme seguir siendo quien había sido. Creía que podía evitar lastimar a alguien, y que podría controlar a cualquiera que se enamorara de mí, o le gustara más de la cuenta. A veces ser tan linda como una escultura trae sus desventajas.
Por eso me hallaba otra vez, en la ciudad donde había nacido, vivido y me habían criado. Descubrí que mis defensas emocionales no eran del todo fuertes, pero aún así intenté persistir en mi objetivo. Después de todo, me aguardaba un largo día de instituto al día siguiente.
domingo, 7 de septiembre de 2008
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